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miércoles, 6 de abril de 2011

In illo tempore...

       
                En aquel tiempo yo era un pobre español: era honrado y trataba de ser bueno. Quizás había vivido demasiado tiempo en este país, el lugar donde, como le respondiera una vez Felipe II a Cervantes, cuando éste quiso obtener un puesto en Indias, "todo malestar tiene su asiento..." 
                Quizá por eso no había llegado demasiado lejos (a los ojos del mundo): no era famoso, gana- ba más bien poco, no había sacado marca alguna de perfume con mi nombre al mercado y jamás salía en TV. Creía que mi verdadero valor sólo podría apreciarse en el Reino, ese lugar espiritual que,  aun comenzando en este mundo, devenirá la morada definitiva más allá de la muerte.

                Había crecido con la ilusión de mejorar mi vida y la de mis semejantes, en lo que de mí dependiera. Creía en la educación. Incluso fui a la universidad. También creía en el sistema, busqué empleo y lo logré. Era un empleo fijo, así que cualquiera en mi lugar habría echado el ancla y fondeado en aguas tranquilas. Pero era inquieto. Así que me arriesgué. Cuando hube ahorrado lo suficiente me dediqué a mi vocación creativa.  Fueron años intensos en que todo pudo ser posible. Pero los resultados fueron más bien modestos, en lo económico, no así en conocimiento, pues  aprendí mucho de la vida...
               Mi vocación viajera me llevó a vivir en México. Incluso consideré quedarme allá... Pero tuve que volver apresuradamente a España: había sufrido un allanamiento de morada y gran quebranto en mis bienes. Tras ganar el juicio correspondiente, me embarqué en la creación de una empresa. Me pre- paré para ello y comencé ilusionado el proyecto. Pero en esto llegó la crisis económica y mis patrocina- dores dieron marcha atrás. Fue en este punto cuando volví a buscar empleo. ¿Qué me encontré enton-- ces?: un país de miserables donde a menudo, la mayor hazaña había sido pelotear al hombre fuerte de turno para obtener el codiciado puesto.

               No me gustaba esa españa. Tipej@s que en cualquier otro lugar estarían en la cárcel, o a buen recaudo, campaban aquí a sus anchas. Gentes de bien, en cambio, talentosas e íntegras, eran aquí ninguneadas por no ser cómplices de esa casta cuya vileza clamaba al cielo...Tenía, entonces, la esperanza de que ese noble corazón que yo suponía en el alma del pueblo, terminase un día, de una vez por todas, sacudiéndose al pinche tirano, a toda la canalla que, de una u otra forma, habíamos permitido llegar demasiado lejos...